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El guionista

  La distinción entre pasado, presente y futuro, es solo una ilusión obstinadamente persistente. Albert Einstein   Esther desciende del taxi que la deja al frente de una antigua casa de apariencia abandonada en un barrio urbano marginal de la ciudad de Córdoba. Es una señorita muy joven, delgada, estatura media, tez blanca y cabellos rubios. Temerosa, mira a todos lados antes de acercarse a la puerta de entrada que, en lugar de timbre, presenta un llamador de bronce con forma de mano. Con él da tres golpes y espera. En su mano izquierda tiene un maletín de color negro y una página con los avisos clasificados de “La Voz del Interior”. Después de unos minutos se abre la puerta y un señor bastante mayor de aspecto bondadoso pero de mirada triste atiende: — ¿Si? —Vengo por el aviso del diario donde solicitan una persona tipiadora. —Pasa por favor. —Gracias. Entran a una sala de recepción no muy espaciosa amoblada con un juego de sofás, cuyo tapizado se nota bastante envej

Amor a primera vista

  Trabajo desde hace un año en una escuela rural ubicada en Los Dos Pozos, departamento Pocho y cada vez que necesito viajar a la ciudad, debo pedirle a un vecino propietario de un sulky para que me lleve hasta Chancaní distante a 20 km donde puedo tomar el ómnibus, único medio de transporte público entre Villa Dolores y Chancaní tanto de ida: lunes, miércoles y viernes, como de vuelta: martes, jueves y sábado los 67 km de distancia. Me hospedo en la casa de la familia Mattos que se encuentra en la calle Felipe Erdman al frente del cine Ocean. Es sábado por la tarde y aprovecho para salir a caminar por la hermosa ciudad de Villa Dolores. Al llegar a la esquina del Banco de la Nación Argentina, cruzo a la Plaza Mitre y por ella hasta calle Belgrano. Paso a la vereda del frente y mientras la recorro, observo las vidrieras de los negocios que exhiben   sus artículos. De pronto, la veo y percibo que ella también me ve. Allí en medio del salón está ella. Radiante, bella, encantadora, divi

Aiken

  Hace algunos años tuve que viajar a Río Gallegos, provincia de Santa Cruz   por un trámite que debía hacer personalmente. Se trataba de vender una pequeña posesión que heredamos de mi abuelo paterno. La misma consistía de un terreno de una hectárea ubicado en una zona muy hermosa en el cual mi abuelo construyó una cabaña hecha de troncos y rodeada de árboles autóctonos ofreciendo una vista de una belleza incomparable. Mi abuelo José, a quien llegué a conocer cuando era un anciano, vino de España muy joven y con unos ahorros compró esa propiedad y vivió alli donde conoció a mi abuela con quien se casó. Él era artista plástico y pintaba paisajes y retratos al óleo a pedido, con lo cual le permitía vivir sin apuros económicos. Mucho tiempo después, por razones de salud, se trasladaron a la ciudad de San Fernando del Valle de Catamarca, capital de esa bella provincia argentina donde vivieron sus últimos años. Por la enorme distancia a recorrer decidí viajar en avión. Lo primero que

El atajo

Oscurece y el hombre que conduce la Kangoo trata de apurar la marcha, aunque resulta difícil por esta ruta de montaña. Se trata de Hernán, un hombre de unos cuarenta años, 1,80 m . de estatura, bien constituido físicamente, viste pantalones de jean y una camisa manga corta. El cabello abundante, de color castaño y ondulado sirve de marco a su cara de facciones regulares. Vive y trabaja en la ciudad de Cruz del Eje, en el norte cordobés, en una empresa de correo privado. Esa mañana desayunó y al despedirse, su esposa preguntó: — ¿Cuándo vas a volver? —Si termino temprano esta noche. Sino, mañana. Caminó unas pocas cuadras hasta la empresa, encendió su computadora y luego de ver el correo, dedicó un tiempo para ponerse al día con las noticias: sociales, de espectáculos, de economía, de política pero al ver las policiales, le llamó la atención que una banda de cuatreros estaba robando en la zona y la policía no conseguía atraparlos. Mientras tomaba un café esperando órdenes,